La pijama abajo de la almohada

Relatos cortos de historias verdaderas

Mi hijo fue el primero en mi vida, “mi cable a tierra” como lo decía su padre, fuimos familia de dos hasta que el tenía 9 años, no fue una infancia común, creció entre libros y ventas todo el tiempo, a sus 5 años se sabía las capitales del mundo porque era el juego que se me ocurrió que hiciéramos durante nuestros viajes de ventas de libros, siempre fue brillante y yo una mamá sumamente aprensiva, llena de indicaciones y reglas, que siempre tenían un “no” incluido, no te subas, no te salgas, no digas, no vayas, no saltes, no porque te enfermas, no te vayas a caer, no, no, no.

A sus 11 años, recibí la noticia tenía cáncer, algo que en mi mente temerosa siempre estuvo presente, desde su nacimiento uno de mis mayores temores era que se fuera a enfermar de algo tan grave que pudiera morir y se me concedió, la remisión fue muy difícil, sí, la remisión de mi actitud ante la vida, tenía que dejar de sentir miedo a perderle para precisamente no perderle.

Ahí entendí muchas cosas que los consejos y las palabras “buenas” no sirven de nada, si no las decimos con el ejemplo, no podía decirle a mi hijo “se fuerte” si era un manojo de debilidades mentales, no podía decirle “se positivo” si al estarlo reprimiendo constantemente le estaba dando el mal ejemplo de aceptar lo negativo, tuve que recapitular muchas veces y “corregir” actitudes en mi vida, lo quería vivo y tenía que pensar en positivo, nunca con miedo, me quedaba claro que lo iba a perder, tenía que visualizarlo con vida y con salud, feliz, algo que en ese momento no estaba sucediendo, además tenía que hacerlo honestamente, no podía decirlo y por dentro estar muerta de miedo pensando que iba a morir.

Decía mi padre hay momentos de la vida que hasta un clavo caliente puede ser tu agarradera, punto uno, tenía que ser honesta, pero honesta conmigo misma, ahí entendí cuando el maestro de la escuela te decía “si haces trampa te engañas a ti mismo”, no me podía hacer trampa, porque aquí quien influenciaba era a mi yo, a mi cerebro, a nadie tenía que engañar si no podía engañarme a mi misma, entonces decidí ser honesta y creer en el oncólogo que lo atendía, un tipo tan rudo como brillante y tan honesto como dulce con los niños, un día me dijo “si usted cree que el va a morir, lléveselo y disfrute lo que le queda de vida, ¿para que lo torturamos?, la influencia más grande es la de mamá y si usted lo da por muerto, seguro se va a morir”, fue un jarro de agua helada que cayó en mi cabeza, pero con todo y el jarro, me hizo un descalabro tan grande que ese día llore hasta tocar fondo, pensé no puedo hacerle más daño al ser que más amo.

Debía ser todo eso en conjunto que decimos cuando no lo somos, P-O-S-I-T-I-V-A, pero no de dientes para afuera, no de facebook, no de instagram, osea positiva de verdad, honesta conmigo misma, necesitaba ser la influencer de mi hijo y el único lenguaje que debía usar era el del corazón, de corazón a corazón, no había otra forma.

Empecé a creer en todo y en nada, todo lo que me decían que hiciera lo tomaba pero si mi corazón no lo sentía posible lo desechaba, no podía decir que creía en algo que no me tocaba el corazón.

Y así fue como mi hijo pasó cerca de 4 años en tratamientos muy grotescos, pero que le salvaron la vida, yo cambié de negativa a positiva a través de un sucesos provocado por mi negatividad.

Hoy mi hijo tiene 25 años, tiene un puesto importante en una empresa de servicios financieros y siempre que lo veo tratando de comerse al mundo me veo reflejada, hablo mucho con el y trato de darle el ejemplo de no ser estresado, sin embargo me vio de ese modo los primero años de su vida que el es igual a mí, es estresado, es preocupado, aprensivo, poco tolerante, yo trato de ser totalmente lo contrario, positiva, tolerante y lo ignoro cuando aplica en mi la intolerancia, se que es un gran chico, muy brillante pero impera en el mi ejemplo de los primero años de su vida.

Es triste heredar daños a los seres más amados, decía un científico dedicado a la investigación sobre la diabetes, influyen más lo hábitos que la genética, es incongruente decir quiero lo mejor para mí hijo y le doy el ejemplo de lo que no debe hacer y ser.

Hace unos días lo fui a visitar y me quedé con él, la pasamos muy bien, somos grandes confidentes y amigos, lo amo y me ama y me escucha, a veces me da por mi lado pero se que me observa y por ello ahora trato de ser una mejor persona pero sobre todo trato de ser tolerante, positiva, feliz, todo eso que quiero que el sea, ya se que las palabras son paladines, pero mi ejemplo es lo que a el realmente lo va a influenciar, el objetivo actual de mi vida es que me vea y diga “si se puede ser feliz en cualquier circunstancia”, quizá lo veré quizás no, quizás me haya ido de este mundo cuando mi ejemplo lo alcance, pero yo me he propuesto ser feliz.

El último día que estuve en su casa tendí su cama, y me di cuenta que guarda su pijama abajo de la almohada, me sentí tan feliz, hace unos 15 años que yo hago eso, jamás le dije que la pijama iba abajo de la almohada, sin embargo lo hace, me dio tanta tranquilidad ver qué mi ejemplo está ahí, pero a la vez se que la responsabilidad que tengo de ser feliz es grande, de ser feliz honestamente, no de facebook, no de instagram, no, esa no vale, la felicidad real y honesta, la felicidad que se transmite de corazón a corazón, la que se transmite con el ejemplo, sin decirlo, solo viéndola cada día, practicándola todos los días, tal cual como poner la pijama abajo de la almohada.

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